Los republicanos que se opusieron al Alzamiento defendían la separación de la Iglesia y el Estado, la esencial igualdad de los hombres así como un orden social justo que mejorase la suerte de la clase obrera y eliminase la miseria en el campo, la liberación de la mujer, la generalización de la cultura y la enseñanza y la identificación con los países más próximos de la Europa occidental. El discurso ideológico de los sublevados era, en cambio, exclusivamente defensivo: la conservación de la “España eterna”. A la altura del siglo XXI, ¿es posible dudar entre ambos modelos? Desde luego no, al menos desde una idea de progreso, e incluso de la estética. En este último aspecto, el de la belleza de las formas, en muchos otros también, los sublevados no pudieron competir jamás con los republicanos. Hay un terreno, el de las palabras, la inteligencia y la sensibilidad, que es siempre decisivo cuando se trata de juzgar acerca de la bondad de una idea o de un hombre. Escuchemos, entonces, a Manuel Azaña en 1938 cuando estaba a punto de perder la guerra:
“No es aceptable una política cuyo propósito sea el exterminio del adversario, exterminio ilícito y, además, imposible, y que si el odio y el miedo han tomado tanta parte en la incubación de este desastre, habría que disipar el miedo y habría que sobrepasar el odio, porque por mucho que se maten los españoles unos contra otros, todavía quedarían bastantes que tendrían necesidad de resignarse –si éste es el vocablo- a seguir viviendo juntos, si ha de continuar viviendo la nación. […]
Todos somos hijos del mismo sol y tributarios del mismo arroyo. Ahí está la base de la nacionalidad y la raíz del sentimiento patriótico, no es un dogma que excluya de la nacionalidad a todos los que no la profesan, sea un dogma religioso, político o económico. ¡Eso es un concepto islámico de la nación y del Estado! Nosotros vemos en la patria una libertad, fundiendo en ella no sólo los elementos materiales de territorio, de energía física o de riqueza, sino todo el patrimonio moral acumulado por los españoles en veinte siglos y que constituye el título grandioso de nuestra civilización en el mundo”.
Como se observa, nuestros republicanos fueron esencialmente patriotas pero no en el sentido decimonónico y puramente conservador del término, todo lo contrario. Azaña lo explica de la siguiente forma:
“El patriotismo no es un código de preceptos, sino una disposición del ánimo. El patriotismo significa que la patria es sensible a nuestro corazón, y la patria no consiste sólo en el suelo y el cielo que nos sostienen y cobijan, sino también y principalmente en un depósito de cosas morales, de ideas depuradas por el transcurso del tiempo que las acredita como fecundas para el mejoramiento de los hombres que participan en ellas, de virtudes heredadas, siempre prontas a nuevo ejercicio; ese sentimiento patriótico, esa virtud cívica, es la que enciende en nosotros el deseo y nos presta la energía para sacrificarnos en pro de la patria, esto es, por el aumento y conservación de ese caudal de belleza, de bondad y libertad, en suma, de cultura, que es lo que nuestro país, como cada país, aporta en definitiva a la historia como testimonio de su paso por el mundo y como ejecutoria de su nobleza”.
Hay quienes creen que recordar la memoria de los represaliados por el franquismo, en la guerra y después de ella, constituye sectarismo. Todo lo contrario, supone un simple deseo, mejor aún, un imperativo moral, de reparación histórica. Los que la perdieron fueron españoles que, además de sufrir la derrota, fueron injustamente vilipendiados hasta la llegada de la democracia. Nadie tuvo piedad por ellos, ni por sus hijos. Miguel Hernández dedicó al suyo unas “nanas de la cebolla” pero no pudo verle crecer.
La Asociación Derecho y Democracia es consciente de que la historia no está escrita de una vez y para siempre, pues, como dice Beevor, las perspectivas son siempre distintas. Pero constituye un gesto justo y hermoso estar con los derrotados, con los que padecieron hambre y sed de justicia y nadie los socorrió. Los españoles que en el período 1936-1939, y después, lucharon por las libertades públicas merecen nuestro recuerdo y nuestro homenaje, y la Asociación Derecho y Democracia quiere adherirse a cualquier esfuerzo en este sentido.
Plácido Fernández-Viagas Bartolomé, Presidente de la Asociación Derecho y Democracia.